Todos y cada uno de los detalles se van insertando como en un rompecabezas para construir aquello que los que nos dedicamos a la ficción, llamamos verosimilitud. La progresiva llegada del invierno, que al principio es un viento, una rojez en la cara, una subida de cuello en el interior cálido junto a una estufa o la puesta a punto del coche para afrontar la dura estación, acaba cuajando en una fuerte nevada, que aísla más todavía a los personajes y los confronta no solo a la dura realidad que los rodea, sino a un desafío todavía más auténtico: ellos mismos. Los personajes deben afrontar sus problemas con aquello con lo que cuentan, apoyándose los unos en los otros, aquello que han sembrado, mientras la descarnada belleza de la Capadoccia se va cubriendo de un manto blanco cruel e impasible, de un estatismo exasperante.
Por esto, Winter Sleep es una película que, a través de la minuciosidad en la recreación de un universo posible, permite acceder a algunos de los secretos mejor guardados de la ficción: el punto de vista del autor y la construcción de los personajes. La opinión del espectador se modifica a medida que avanza la acción, mostrando lo necesario para que un personaje sea simpático o retorciendo el discurso hasta que eso mismo por lo que el personaje ha caído en gracia lo transforme en un ser odioso. Y uno, como espectador se siente cómplice de ese proceso, a ratos culpable por haber considerado a un personaje culpable y en otras ocasiones culpable por haberlo considerado un déspota sin haberse detenido a contemplar qué era lo que lo empujaba en una u otra dirección. Rara capacidad en estos tiempos de sombras y grises la de empujar a la reflexión, al detalle, a las cosas pequeñas.
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