martes, 27 de noviembre de 2012

El trabajo de escribir (II): La inspiración

Iba a poner una foto de Stephen King,
pero es muy feo.
El otro día releía las entradas de este blog con pretensión de humilde y pensaba en que casi todas hablaban de mí como alguien relevante. Y cuando digo 'mí', quiero decir 'yo': Yo esto, yo lo otro, pienso que esto es así o asá... ¿Puede ser uno realmente humilde si como persona cree que debe ser leído? ¿Qué empuja a pretender que eso que escribes le va a interesar a nadie? ¿Es la visión romántica del oficio? ¿El notar el Don, las ganas de que el mundo sepa que lo tienes? Si no te llegan ni a publicar, siempre puedes decir que eres un escritor maldito, un avanzado a tu tiempo; la sociedad, en definitiva, no estaba preparada. En mi novela (de nuevo el 'mi'), he buscado un estilo, la pretendida sensación de una voz única, personal. Ya comenté en otro post algunas de las grandes mentiras del oficio de escritor, en este desmontaré otra: escribir es vibrar, sentir una especie de iluminación y dejar que tus dedos acaricien la estilográfica mientras las palabras surgen como pequeños animalitos de tinta que se asocian para formar algo genial, agudo, clarividente. Yo, entre otras cosas, escribo con ordenador, como ya sabréis los asiduos de este blog.

He de decir que en la mayoría de ocasiones escribir se convierte en un dolor, en la búsqueda de la palabra precisa y de la frase compacta que compendie lo anterior. Luego el clímax, el anticlímax, las descripciones lentas y cadenciosas pero no tanto como para que el lector se duerma y crea que no vas a ningún lugar, el sexo, ni muy evidente, ni demasiado recatado, los personajes reconocibles e identificables como personas conocidas o como uno mismo, pero sin caer en el tópico...

Me tomo uno y me voy a escribir.
Muchos escritores recurren a todo tipo de ayudas para que la imaginación se convierta en portentosa. Hemingway iniciaba sus días (no muy temprano) con un mojito de la Bodeguita del Medio, al que debía seguir un daiquiri en el Floridita. Stephen King se embadurnaba desde buena mañana de porros, cocaína, whisky, cerveza, valiums y, para abreviar, todo lo que cayera en sus manos. Hasta ahora le ha dado tiempo a escribir más de 40 novelas, libros autobiográficos, otras bajo seudónimo para que no le acusaran de tener negros literarios, imagino, y algún que otro guión. Y alguna desintoxicación por en medio.

De toda una novela, de todo el tiempo de escritura dedicado (bueno, el tiempo menos, porque en realidad hay que invertir mucho en corregir y corregir), como mucho, sacaré de todo esto el escaso diez por ciento que fluía de mi mente al teclado, cuando los personajes hablaban por sí solos y mis dedos acariciaban las teclas sin parar. El tiempo corría y escribir era un arte, no un oficio. Bolaño el grande decía que quien no ha disfrutado de esta sensación, no sabe lo que es ser escritor.

jueves, 22 de noviembre de 2012

De profesores y maestros

Profesor, no tertuliano. Profesor.
Ayer hizo una semana de la última huelga general de este país y me gustaría utilizar como reflexión el blog del profesor Luís Garcia Montero, del que fui alumno en Granada, una Universidad, esta sí con mayúsculas. Siempre se ha caracterizado, como poeta y como pensador, por su compromiso. Recuerdo, el primer día de clase de un curso monográfico sobre Lorca, la pregunta de un alumno sobre por qué Lorca, por qué un curso monográfico sobre un poeta con una obra un tanto exigua por años de producción, frente a otros que tuvieron más suerte y vidas más largas, pregunta tal vez sugerida por voces críticas que le achacaban el éxito a su homosexualidad y a su papel de mártir de la historia. Su respuesta fue una clase magistral sobre La Aurora de Nueva York que nos dejó a todos con la boca abierta. Bueno, a mí me dejó así. Una clase realmente emocionante de reivindicación de una trayectoria y de una poética (que en el caso de Lorca es lo mismo), pero también del propio trabajo del profesor, del investigador. No puedo dejar de recordarlo con cariño y después de mi paso por otra universidad como la de Barcelona, ese cariño no se vio empañado, sino que se multiplicó en la comparación. Por cierto, ya no puede ejercer como profesor en dicha Universidad, por llamar perturbado a un compañero profesor que lo estaba.

Bueno, pues la huelga ha pasado y en este país no ha habido ninguna consecuencia, más allá de comprobar que el periodismo, salvo contadas excepciones, responde a la voz de su amo; que aquel día quedó claro que la policía no puede hacer huelga (es más, diría que seguramente debieron pagarse muchas horas extras a pesar de la crisis); que hay muchos helicópteros que los días de cada día deben descansar en sus hangares y que las pelotas de goma todavía no las han prohibido, pese a las muertes. Como los deshaucios a destajo, vaya. Y diría también que los que le dieron de ostias a un chaval de trece (13, thirteen, tretze, treize, hamairu, tretze), no fueron los mercados.

Por cierto, igual pensáis que he puesto tretze dos veces; sí, es verdad, pero es que lo he puesto en català y en valencià, que son dos idiomas súper diferentes.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

La macabra danza de la muerte

A medida que va pasando el tiempo y vamos profundizando en esta crisis que, aseguran quienes no saben gestionarla, tiene la culpa de todos los males que nos acechan, uno va teniendo la sensación de que la última fiesta ya la ha vivido. 

Un recuerdo. Con cariño
Recuerdo especialmente unas palabras de Maruja Torres a la luz de su enésima reivindicación al ganar el Planeta o algo así, un reconocimiento importante vamos, en las que aseguraba que uno de los golpes más fuertes que había vivido a lo largo de su trayectoria vital fue la muerte de su querido amigo Terenci Moix. Aquello fue el aviso de que los buenos tiempos habían concluido, de que el tiempo de la felicidad había tocado a su fin. Bien, pues esto es una llamada a la rebeldía. Desde aquí os lo digo: prefiero ser Terenci que Maruja. Que el final me llegue antes de que nadie me asegure que ya no puedo ser feliz, que yo avise a que me avisen, aunque eso implique desaparecer. Y lo digo en estos tiempos de suicidios y caraduras con desparpajo que aseguran que la culpa es de los otros por embarcarse en hipotecas que no pueden asumir. Que no nos pisen la alegría.

Una sonrisa hasta la despedida. Nunca
olvidaremos esas canciones nasales (no las
inventó Dylan) ni el cómo están ustedes.
Desde este modesto estrado digital os aseguro que todavía nos quedan muchas celebraciones por hacer y que todo llega en esta vida. La semana después del fallecimiento de Miliki, un día realmente triste, también podemos vanagloriarnos de que Fraga murió ya, que hace ya un año que celebramos la muerte de Pinochet, y que debemos confiar en estos momentos de zozobra en que a cada cerdo le llega su San Martín y que, más pronto que tarde, veremos a muchos responsables políticos y económicos sentarse en el banquillo. Tal vez pase mucho tiempo y todavía tengamos que lidiar con la desesperanza, pero siempre llega.

En la edad media eran muy populares las danzas de la muerte, en las que un personaje que la representaba acudía anualmente a hacer su juicio y se llevaba a todos por delante, desde el rey hasta el mendigo. El pueblo necesitaba saber que los desmanes eran castigados finalmente con el mismo destino inexorable para todos. Al menos en eso, seguimos siendo iguales, aunque unos tengan un acceso menos restringido a los cuidados paliativos. Si tenéis interés, todavía hoy se conserva la tradición de una de esas danzas de la muerte en el Empordà, en el pueblo de Verges, lugar de nacimiento de personajes tan dispares (o no) como Lluís Llach y Francesc Cambó.

Y si no, no desfallezcáis; de momento ahí está Islandia. Y al paso que vamos, igual el país se queda vacío. A ver entonces, quién les hace el trabajo sucio.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Bradley Wiggins y el dedo anular

Como escritor, muchas veces pienso en la imagen que los otros proyectan sobre alguien. La visión que un personaje o una personalidad (muchas veces es más fácil escribir sobre un tópico y luego ir complicándolo) transmiten al resto, pero también lo que piensan de la visión que el resto del mundo tiene de ellos, que inevitablemente transforma y modifica. En qué medida lo hace es el trabajo arduo de escribir, el no cargar demasiado las tintas en uno u otro sentido para que el personaje no se salga de su papel, no sobreactúe al fin y al cabo. 

¡Tengo la boca reseca, diossss! Quiero decir, ¡Yoooooo!
En la vida real, ese mecanismo de feedback también actúa y hay ejemplos sangrantes en muchos elementos de la vida pública. El caso de los deportistas que se convierten en muñecos rotos y acaban sucumbiendo a las bajas pasiones son un claro ejemplo. El caso más evidente y tal vez, el más paradigmático, es el de Diego Armando Maradona, que hoy se dedica a pasear caché por países petrolíferos. Por suerte, su caso no ha acabado en tragedia (de momento).


A pesar de que parece que todo esto lo ha descubierto Guardiola en los últimos tiempos, desde antiguo quien se dedica a ello sabe que el deporte de élite exige sacrificios durísimos, trabajo oscuro en los meses en los que las competiciones quedan lejos, vida monacal durante todo el año, cargas de entrenamiento brutales, lesiones y sobrecargas que producen un dolor constante durante esos mismos entrenamientos y suplementos alimenticios, batidos, pastillas y medicamentos legales. Además, hay medicamentos ilegales que se utilizan en determinadas circunstancias, o que lo son en un deporte y no en otro (en fútbol se pueden infiltrar corticoides, en ciclismo está prohibido su uso). Los deportes de fondo, debido a que su desarrollo implica básicamente a las capacidades físicas cuantitativas (ciclismo, atletismo de larga distancia, natación, patinaje, esquí nórdico -un saludo a Juanito Mühlegg), son los más susceptibles de utilizar sustancias dopantes.

Según las últimas informaciones extraídas de las confesiones del caso Armstrong (el tío se ve que iba como una moto en todo el amplio sentido de la expresión), para ser ciclista profesional debes pincharte cerca de 200 veces al año. Todo depende de los objetivos, claro; a mayor objetivo, mayor número de pinchazos. Bradley Wiggins ha sido el primer británico en ganar el Tour, el primero al que se veía capacitado para ello, 30 años después de aquel otro británico que también aspiró a ello y enterró sus posibilidades (y su vida), ascendiendo el Ventoux. Las enterró bien cargadito de anfetaminas.
¿A quién se dirige? ¿A los lectores del Telegraph? A los cámaras?
¿A un tío que se le ha cruzado con el coche? ¿Al que le atropelló
con la furgo? ¿A un borracho que le llamó drogota?Al Dr Ferrari?
¿A su asesor de imagen...? Si queréis encuesta, pedidla.
Bien, pues Bradley Wiggins, Wiggo para sus miles de fans, lo consiguió este año después de varios plagados de desgracias, con caídas y abandonos. Empezó siendo un pistard, ganando medallas olímpicas pero no dinero, lo que le empujó a beber unas cuantas pintas de cerveza al día, confesado por él mismo. Bradley, un chico tímido, de físico aparentemente endeble agravado por la extrema delgadez a la que dice  debe agradecer su progresión en el ciclismo profesional, proviene de un entorno humilde, con un padre alcohólico que abandonó a su madre y el deporte como única tabla de salvación a un abismo de drogas y robo con escalo. ¿Adónde apunta ese dedo anular entonces?

Desde que ganó la contrarreloj de los juegos olímpicos y se convirtió en el ciclista inglés más laureado con su séptima medalla, Bradley no ha dejado de profundizar en su estilo "mod", acudir a fiestas de presentación de la marca de ropa que le patrocina (Fred Perry) y lucir patillas en diferentes celebraciones donde todo el mundo le dice lo bueno que es. Tal vez ese dedo sea una seña de identidad más, como el cuello subido, el pelo rebelde y la mirada triste. 

No digo yo que Bradley se pique 200 veces al año, ni que utilice EPO, testosterona, cortisona, autotransfusiones (no, eso es el pasado como se encargan de asegurar todas las instituciones al hablar de 2010, último año de Armstrong en el pelotón internacional; el pasado al hablar de dos años atrás, como si esas prácticas fueran propias de los tiempos de Carlomagno), no lo digo, aunque parezca que lo sugiera (los que justifican a Armstrong se amparan en que todos lo hacían; por qué este no). No lo digo, vuelvo a repetir, pero es que en el ciclismo, ese deporte que se nutre de la épica, de las montañas, ya tenemos varios casos de muñecos rotos que han acabado en tragedia. José María Jiménez, Marco Pantani y Frank Vandenbroucke, todos ellos politoxicómanos, todos ellos en la nómina de un equipo profesional hasta el mismo día de su muerte. Ninguno de ellos dio positivo cuando en las sucesivas autopsias (no en la de Vandenbroucke, que se hizo en África) se encontraron restos de cocaína. La gente se sorprende de que no pillasen a Lance en los sucesivos controles, cuando todo lo que tomaba o tenía certificado médico, o era voluntariamente escondido, con dosis controladas y tiempos precisos, científicos. A estos tres no les pillaron la cocaína que no creo que se dosificaran precisamente si les condujo a la muerte.

Esperemos que el británico que este año ha despertado con fuerza, no sea el próximo muñeco roto del ciclismo.

martes, 13 de noviembre de 2012

La última fiesta: la de los toros

Durante toda mi vida académica, desde los últimos cursos de primaria, hasta la Universidad (así, con mayúscula inicial, como si solo hubiera una, porque es más homogénea de lo que se podría pensar) he asistido, con bastante estupefacción por mi parte a la plasmación de la falta de ideas en educación (intentaré no hacer rimas mientras escribo en prosa, dejando mi alma de juglar para las tardes de circo) durante todas y cada una de esas etapas educativas. Cada vez que se creaba la posibilidad de establecer un debate surgía el mismo tema: toros sí, toros no. Como si le importaran a alguien los toros. Ah, ¿que sí le importan a alguien? No, me refiero a alguien de verdad, no a los que lo usen como bandera para definir el carácter español, como si solo hubiera uno, o a los que lo asumen como etiqueta para posicionarse contra otro, sea ese otro persona, animal o idea.

La oreja no se la he podido cortar todavía.
Por lo demás, estoy bien. 
A lo largo de esos años, me posicioné a favor y en contra, escuché las ideas sobre la creación de la raza que avalaban el derecho a maltratarla (argumento peregrino que reduce las posiciones ecologistas al exterminio, como si la lucha contra el sufrimiento innecesario no formara parte de sus postulados, o fuese una cuestión menor), la defensa del tradicionalismo frente al cambio y la innovación (tampoco se crucifica a la gente, ni se utiliza la cabeza de nadie para jugar a algo parecido al fútbol, las lapidaciones están restringidas a países en los que el presente sigue siendo el futuro para muchos de sus habitantes y un sinfín de costumbres que, gracias al progreso, han ido quedando atrás; un saludo desde aquí a todos aquellos que les gusta lanzar cabras desde los campanarios, porque sí), u otras razones o todas ellas mezcladas, relativas al arte, a la belleza, a la expresión de un sentimiento y una manera de ser. La última vez que hice un texto al respecto fue un trabajo en la Universitat de Barcelona, a cargo de una profesora que prefiero dejar en el anonimato (un saludo a Laura Canós Antonino y que conserve muchos años su puesto de profesora asociada). Muy amablemente, me aprobó el trabajo argumentativo, no sin advertirme que tuviera cuidado con el tipo de opiniones que volcaba en los textos. Desde aquí quiero agradecerle la oportunidad manifiesta a esa profesora anónima de aprender a leer entre líneas y darme la oportunidad de descubrir la posibilidad de no mojarme aunque me ofrezcan tirarme a la piscina.

Es por eso que en esta novela no encontraréis opiniones acerca del mundo de los toros, ni polemizaré sobre si a mí me parece bien la prohibición de una fiesta en una región del único país del mundo donde es legal (en Latinoamérica, aunque también lo sean las corridas, no se pueden matar los toros), no las encontraréis a nivel global, aunque sí se posicionen los personajes.

Cada uno puede opinar a favor o en contra de esta celebración y espero vuestros comentarios al respecto con un tema que no deja indiferente a nadie (espero que sin exabruptos) y así también, podáis ir intuyendo el por qué del título de la novela y de este modesto blog que no pretende herir ningún tipo de sensibilidad, aunque pudiera escoger con mayor criterio las fotos que utiliza para ilustrar los posts.


***

Por cierto; esta es la profesora Laura Canós, que adjunto por si os queréis matricular en sus asignaturas. Mejor coged un tema diferente si os pide hacer un texto argumentativo, aunque no creo que a estas alturas siga pidiendo las mismas cosas, seguro que se prepara bastante las clases.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El alcohol me hace ser yo mismo

¡Mira, un elefante rosa!
Cuando veo a los jovenzuelos alegremente sentados en un banco de una plaza, o en el césped durante las fiestas patronales de cualquier ciudad (el resto del año está prohibido, pero con una coherencia del todo legal), me planteo seriamente si el consumo de alcohol es fundamentalmente malo. Cerca de mi casa también existe un comedor social, y entonces me doy cuenta de que sí. Luego veo los anuncios de cerveza que hablan de la camaradería y de las esposas que acceden al consumo de sus maridos con total asentimiento desde su retiro maternal (tienen el pecho hinchado, así que seguramente siguen amamantando a sus criaturas con la misma mirada tierna con que contemplan las travesuras de sus maridos y sus amiguetes gracias a ese néctar de los dioses) y a continuación veo a un vecino que cada día, a primera hora de la mañana, siempre va al trabajo bebiéndose una lata de cerveza (a eso de las 8:30; un desayuno fuerte) y me imagino que su mujer no debe de estar demasiado contenta. 

Ahora estamos leyendo, pero ya
verás luego...
De estas dos visiones que son fácilmente observables en torno al fenómeno del alcohol, que nos lleva acompañando desde tiempos remotos, es fácilmente identificable cada una a un momento temporal, de esos difusos que se pierden entre la generalidad de una vida, pero en realidad muy certeros. La primera de las visiones, la positiva, la alegre, siempre corresponde al presente. La otra, la negativa, al futuro de los demás. 


El alcohol es un elemento cultural inherente a nuestra manera de ser. El abstemio, en España, es un apestado de la misma catadura moral que el alcohólico terminal. Y esa banalización que se establece desde el principio, ese principio que tiene mucho de proceso iniciático, de ver hasta dónde se aguanta, determina la manera de entender la vivencia del alcohol a lo largo de la vida. Si detectan, queridos lectores, algo de humor en mis palabras, es que me he equivocado. Ah, y no, no soy abstemio.

En mi novela he intentado tratar el alcohol como ese compañero de viaje que un día ya no apacigua, ni alegra, ni sedimenta emociones, sino que las exalta y las tergiversa, y se convierte en una amenaza a evitar en la que siempre se acaba cayendo. Por suerte, siempre no. Tampoco es un tema fundamental, pero sirve para catalogar de una manera más clara al personaje protagonista de la primera de las tres partes en las que está distribuida la novela.

martes, 6 de noviembre de 2012

El trabajo de escribir (I)

Fumar es bueno si escribes bien.
Muchos escritores hablan de su labor como algo etéreo, un trabajo inclasificable en busca de la palabra precisa frente a una ventana desde la que se divisa un lago entre la niebla, mientras unos cigarrillos de los que no dan cáncer van exhalando un humo perpetuo que ayuda a pensar y, por ende, a plasmar en unos pequeños caracteres todo un orbe sobre el papel. Un orbe, que es un mundo y el alma del mismo, no uno de esos universos desangelados en los que todo es frío y previsible, no. Lo que se dice un orbe, vamos.

Bien, pues desde aquí quiero manifestar mi total apego a ese modelo si eso me permite entrar algún día, aunque sea tarde (eso sí, me gustaría saberlo ahora para perseverar), a ese universo reducido de artistas y estetas (reitero mi total disposición a entrar en un mundo plagado de estetas) en el que simplemente mirando por la ventana con cara torturada desde un rincón olvidado del norte de algún país (desde el sur no se escribe tan bien), pueda cómodamente pensar en complacer a los millones de lectores que esperan mis textos. Un saludo desde aquí, el pasado, a todos ellos.
Bueno, miro un rato más y luego me voy
a acabar de escribir Fausto.

La labor del escritor, al menos la mía, se nutre de sudor y pijamas y flexos blanquecinos que te dejan un reflejo insalubre en una esquina del ojo. Escribo con ordenador y tengo una silla barata del Ikea que se baja cuando estoy muchas horas sentado. Tiendo entonces a forzar la muñeca cuando uso el ratón y miro páginas de otros blogs que me interesan, picoteo mirando webs de deportes y noticias que me indignan y pierdo el tiempo mientras afirmo que escribo. De vez en cuando acabo algún capítulo (debe ocurrir con una frecuencia semanal, para que todo discurra con normalidad) y entonces sigo escribiendo comentarios en las redes sociales o disfrutando con las ocurrencias de las personas a las que sigo en Twitter. Al fondo, tengo un balcón al que casi no me puedo asomar porque está atestado, e incluso lleno, de trastos. Y desde él no tengo acceso a ningún lago envuelto en la niebla, aunque sí que es verdad que siempre que he salido el vecino de enfrente (a unos 8 metros de distancia) estaba fumando. 

Esta es la labor del escritor, pero también una Barcelona que no es ni teva, ni meva, sino de los miles (no me he atrevido a poner millones, pero seguro) de turistas que vienen a visitarla y que transitan por sus calles limpias y despejadas, menos cuando es más bonito que sean estrechas y torturadas, oscuras y encantadoras. Mi Barcelona no es una ciudad, es un barrio, pero eso ya será motivo de un nuevo post más adelante. Yo sigo escribiendo con mi pijama. Espero no tener que salir al balcón porque me darán ganas de fumar.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La crisis de los 30

En 2001, justo un mes y medio después de cumplir los treinta años, Wynona Ryder robó vestidos y complementos por valor de 5.500 dólares. En 2005 Kate Moss, nacida en el 74, era retratada esnifando cocaína. En 1993 (sí, con 30 años), Jhonny Depp rompe con la cleptómana en ciernes Wynona, destroza una habitación de hotel y se casa con una maquilladora para divorciarse dos años después (más tarde se liaría con la modelo que acaba de afirmar, en declaraciones exclusivas, que nunca ha sido cocainómana, Kate). En 1999, pocos meses antes de cumplir 30 años, Marco Pantani se pasa con la EPO (no tenía suficiente con ganar cuatro etapas en el Giro e ir líder destacado) y lo expulsan de la carrera el penúltimo día. Apenas cuatro años después encuentra la muerte en un hotel de costa, cerca de su localidad natal.
Hola. Soy Jhonny Depp y este
año caen 50 castañas.

Sirvan estos breves ejemplos para ilustrar una crísis que a lo largo de la vida se puede convertir en una tontuna, o en la definitiva. Cuando tienes 70 tacos imagino que la crisis de los 30 fue una auténtica gilipollez, pero como las cosas solo son en el presente, cuando la vives es el peor enemigo al que te enfrentas. Yo, que para tantas cosas he sido bastante tardío (no entraré en más detalles a este respecto, aunque tal vez, con paciencia y los años, podáis encontrarlos más adelante en este modesto blog), la viví prematuramente a los 28. Fue un año complicado. Volví de Granada, una ciudad barata en la que se puede trampear con pocos ingresos (lo difícil es conseguir muchos allí) y en la que con un litro en el mirador de Carvajales se puede llegar a atisbar la felicidad; una ciudad en la que compartes vida con un montón de jóvenes interesantes que han ido allí a estudiar, a formarse, y en la que el futuro se dilata hasta un hipotético mañana que nunca llega. Me volví a Barcelona, mi ciudad, en ese mañana ya cumplido, cuando la voluntad de acabar mi segunda carrera pasó a un segundo plano para acceder a esa treintena con un coche, una hipoteca y unos largos viajes que poderme pagar con mi sueldo holgado. El coche me lo compré cuatro años más tarde, la hipoteca todavía no la tengo (ni sé si la conceden a escritores que no hayan ganado el Cervantes, el Planeta y/o el Nacional de Literatura) y los viajes los sigo haciendo por territorio nacional ocho años después de aquello, aunque sigo descubriendo lugares fascinantes (el Mont-Rebei, la Sierra del río Mundo, Calatañazor, las minas de sal a cielo abierto de Añana...). En realidad, estoy empezando a preocuparme ya de la siguiente, la de los cuarenta, con el vello de cada uno de los poros de mi cuerpo erizado mientras observo escrita esa palabra maldita: CUARENTA.

La Última Fiesta fue concebida como una especie de excusa para hablar de esa crisis que luego deja de ser crisis para convertirse en una tontería que se me pasó por la cabeza hace un tiempo, que en realidad consta de un declive físico que se inicia a partir de esos años (alrededor de los 27 o 28) y que se circunscribe a unos síntomas muy claros: las heridas ya no cicatrizan igual, los domingos empiezas a necesitar Almax Forte y los quilos se empiezan a pegar a los riñones y se abrazan a ellos de una manera que antes no lo hacían.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La última fiesta

La Última Fiesta es el proyecto de novela en el que ahora estoy metido. En ella trato de desgranar, mediante tres personajes diferentes, la crisis de identidad al entrar en la edad adulta y el encuentro con la generación precedente en un mundo no elegido por ellos, por los jóvenes, que les llega en herencia con sus virtudes y sus taras. 

Hoy, en este contexto de crisis en el que los ciudadanos nos hemos visto abocados sin saber muy bien por qué (y mira que nos lo explican a diario, por activa y por pasiva, en todas y cada una de las tertulias de este país), Islandia se yergue como el país al que aspirar, la plasmación de una democracia real, posible, en la que el pueblo tiene mucho que decir. Por eso, empezaré a hablaros de mi novela con unas imágenes que he ido recogiendo en la red de ese lugar, inhóspito a veces, pero en el que sus habitantes han sabido sobreponerse a las circunstancias como ningún otro en la actualidad.


Os dejo un enlace en el que explican mejor que yo por qué Islandia.

http://www.grita.org/wordpress/islandia-la-revolucion-silenciosa/