viernes, 8 de marzo de 2013

La sanidad: esa limosna

La primera opción de título era Santa Teresa de Calcuta: esa hija de... dios? Pero he pensado que tal vez generase mucha polémica. De todas formas, os lo explico para no herir susceptibilidades con lo explicado más abajo. Sí, parece que Teresa de Calcuta, era mala persona.
Si ellos venden camisetas del Che, no veo por qué nosotros
no nos podemos secar el ojete con una toalla de la madre
Teresa de Calcuta, eh que sí?

En 1994, la BBC emitió un documental grabado por Christopher Hitchens llamado "El Ángel del Infierno", sobre la vida de la posteriormente Santa, Teresa de Calcuta. Luego lo complementó con un libro, también de título expresivo: La posición del misionero, al que no he tenido acceso todavía y por tanto no puedo clarificar si se trata de una posición geolocalizada, una posición ideológica, o una mordiendo el polvo.

Lo digo porque, volviendo al tema del anterior post, sobre periodistas publicistas, el caso de la señora mayor santificada por la iglesia resulta paradigmático a la luz de los acontecimientos. Periódicamente continúan saliendo artículos que rumorean una cierta inclinación moral hacia la injusticia de Teresa, tal vez el último éste, en el que se destapa un supuesto estudio de investigadores universitarios canadienses acerca de sus actos. Hitchens, marxista e inglés (parece un contrasentido en estos tiempos) destapó sus trapicheos, su profundo carácter intolerante y su doble rasero: el que obligaba (los ortodoxos dirán que no obligaba; yo, que soy un heterodoxo en toda la amplitud de la palabra, os diré que hay muchas formas de obligar) a los pobres a emular a Cristo en su trayecto hacia la muerte denegando todo cuidado paliativo, mientras ella viajó a los Estados Unidos y los mejores hospitales en busca de las mejores drogas que la llevaran a una especie de nirvana. ¿Ansiedad por ver a Dios? 

Pero la cosa no queda aquí: al lado de estos, los otros trapicheos, los que hablan de grandes donativos de dinero que no se veían reflejados en el mantenimiento de sus hospitales, los que recogen inmensas sumas gracias a las grandes catástrofes (Bhopal, las sucesivas y terribles inundaciones...) a las que ella no fue capaz de destinar una sola rupia. En cualquier caso; al lado de lo anterior, todo eso queda en nada. Qué peor pesadilla que morir en mitad de unos terribles dolores, soportando una profunda agonía. Incluso creyendo en Cristo, ¿quién no sería capaz de ir a bajarlo de la cruz? ¿Quién sería tan bastardo de hacerle pasar por aquello simplemente para convertirlo en un mito? 

Y aún así, esta señora sigue siendo aceptada como un personaje digno de admiración. Y es todavía más duro aceptar que, por encima de las enseñanzas de Hitchens sobre el personaje en particular, sean el supuesto rigor, la cara cuarteada y los ojos profundos, separados como los de Pedro Ruíz, el peculiar camino de contrición y sufrimiento los que gobiernan los actos de nuestros gestores últimos, estos que, ellos sí, consideran a Teresa una santa que mostró la senda a seguir: la sanidad, una limosna, regida por instituciones que se lucran con el dolor y que conceden a cuentagotas las últimas novedades, accesibles únicamente a quien esté dispuesto a pagarlas.

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