miércoles, 15 de mayo de 2013

El jardín colgante

Foto de la portada. Un terruño árido a la deriva con gente
encima tomando el sol. ¿Qué país es?
Esta semana he empezado (y acabado) El jardín colgante, premio Biblioteca Breve del año pasado y escrito por Javier Calvo, un escritor bregado en el mundo editorial a base de traducciones, correcciones y trabajo arduo y a menudo oscuro. Y mientras iba leyendo, pensaba en la valentía de premiar a un autor joven, con una cartera de novelas a sus espaldas decente, pero no extensa, y una obra complicada, por su trama y por su temática. Hace poco publicaron el premio Biblioteca Breve de este año y todo lo dicho anteriormente se hace añicos, se vuelve espuma, se lo lleva el viento.

Y pensaba, a la luz de ese libro luminoso, en la poca importancia que posee un escritor (un escritor que sólo escriba, claro), hoy en día. Porque en la novela de Calvo existe la convicción de que la transición fue una parodia inventada por los que gobernaban para que pareciese que las cosas no se logran sin esfuerzo. Y que, para un poder que empezaba a diluirse entre corporaciones públicas, nuevos ministerios, oficinas desoladas en viejos palacios y advenedizos de traje y chaqueta, los militares debían garantizar su presencia en el futuro. 

Y bajo este enfoque, una obra premiada, de una editorial tradicionalmente influyente, que en este caso no se deja llevar por una tradición, un nombre, sino que premia a un autor por la simple valía de su obra, resulta que el libro no provoca un cataclismo como el del meteorito de Sallent y la gente empieza a hablar del truño que fue la transición española. Claro, me diréis, hace tiempo que ese runrún corre entre los enteradillos de la política, en los momentos álgidos de ciertas tertulias... Sí, tal vez, pero no ha sido por el libro de Javier Calvo. Tal vez por la pinza PP-PSOE para que el rey abdique, o por la posibilidad de decir cosas hasta ahora completamente prohibidas que se abre tras el cese de la violencia etarra, pero no por el libro de Javier Calvo. Por cierto, una experiencia extraordinaria.

Y todo esto lo digo porque en el proceso de banalización de la sociedad, seguimos con nuevas cantinelas que vienen a ocupar los puestos de las de antaño. El periodismo está en crisis, el libro está en crisis. Cuando es más difícil encontrar un e-book legal que uno pirata, tal vez sea importante conocer en manos de quién está la cultura, de quién lo ha estado siempre. Se me ocurre, por perder el tiempo, claro, es a lo que me dedico, que quizás la preocupación no esté en esos autores que se van a quedar sin publicar, o esas editoriales y medios impresos en general que hacen Eres (si es que todavía se llaman así; en neolengua rajoyniana igual es Regulación Temporal Necesaria del Putadón de Trabajar) y empiezan a vivir una situación difícil. Quizás el problema (para ellos) sea darse cuenta de que ya no controlan, no crean opinión, los mecanismos de la manipulación se vuelven antojadizos y a veces no responden a la lógica. Por eso la educación ha ido sufriendo nueva ley por legislatura y por eso el periodismo y la edición de libros está en crisis. Porque el tiempo vuela y los dinosaurios perecen, incluso en los sueños actualizados de Monterroso.

Leed El jardín colgante, amiguitos, trasunto de esa España que cambia, que siempre se aguanta con pinzas sobre una cuerda deshilachada de la (Eu)ropa en un día tormentoso. Cambiad atentados terroristas por desahucios, GSG-9 por Banco Central Europeo y daros cuenta que estamos en manos de los mismos sinvergüenzas de siempre, que prefieren recortar en educación a volar en turista, abolir la ley de dependencia a convertir a España en un estado laico de verdad, obligando a unas prebendas que vienen de cuando los reyes católicos (como si los otros no lo fueran). Invertid en educación, pero invertid tiempo, sobre todo.