miércoles, 20 de marzo de 2013

Un día de furia

Estaba pensando en abrirme una cuenta vivienda en Chipre...
Como parece que este blog, creado para promocionar mi novela todavía por publicar, La última fiesta, está resultando un tanto político, más allá de potenciar aspectos que salen en sus 200 páginas, me veo en la obligación (personal, de conciencia) de escribir un post al respecto. La última fiesta es una novela que la podría haber escrito cualquiera. Por eso mismo, la puede leer cualquiera. Son las vivencias de unos individuos en crisis, que discurren en un entorno de bienestar hasta que llega una amenaza. Entonces, Islandia se presenta como un lugar de redención. La mía no es una novela de la crisis, ni tiene nada que ver con ella; para eso ya tenemos todas las noticias, excepto las de la RTVE, que son para el papa. No, la mía es una novela para la esperanza. Siempre, siempre, hay que pensar que uno puede coger el toro por los cuernos y tirar hacia adelante. Aunque la respuesta a veces, sea irse a una armería con los últimos ahorros. Si a mí me desahucian, os aseguro que no me voy solo. 

Por eso, porque aquí cabe todo, me veo empujado a expresaros esas reflexiones. A veces, siento estupor ante los acontecimientos. Gente quemándose a lo bonzo en plena calle, gente con una vida dedicada al funcionariado, que salta desde una ventana de un cuarto piso... ¿No se da cuenta esa gente que ellos no han hecho nada malo? ¿Es quizás eso mismo lo que les consume; la impotencia de saber que aún después de toda una vida de esfuerzo y de rectitud, puedes acabar hincando la rodilla? 

¡¡¡Ahora sí que sus vais a cagar!!!
Os he de decir, que yo, que tengo un chip antiinmoral, bajo esta apariencia de rebelde travieso (sí, me abrumáis con vuestros comentarios), en mi infancia, cuando mis amigos se iban a hacer cualquier tropelía, yo me volvía para casa. En la adolescencia jamás fui capaz de robarme la merienda en el Carrefour (que entonces se llamaba Pryca, cómo pasa el tiempo) y pese a todo, seguro que si me deshauciasen, si mi vida como tal se fuera al garete, perdiese mis ahorros y mi trabajo, mis hijos se fuesen a la calle o a un centro de acogida concertado, regentado por alguna entidad católica (sí, ya lo sé, me pongo en el peor de los casos), si todas esas circunstancias se diesen, seguro que sería capaz de encontrar a un culpable, o varios, pero sobre todo uno, al que cargar con la culpa en mi día de furia. Y como yo, varios millones de personas, así que id con más cuidado, señores gestores, os lo ruego: que la gente hasta ahora se queme a lo bonzo en vez de quemaros a vosotros no quiere decir que lo vaya a seguir haciendo siempre. 

viernes, 8 de marzo de 2013

La sanidad: esa limosna

La primera opción de título era Santa Teresa de Calcuta: esa hija de... dios? Pero he pensado que tal vez generase mucha polémica. De todas formas, os lo explico para no herir susceptibilidades con lo explicado más abajo. Sí, parece que Teresa de Calcuta, era mala persona.
Si ellos venden camisetas del Che, no veo por qué nosotros
no nos podemos secar el ojete con una toalla de la madre
Teresa de Calcuta, eh que sí?

En 1994, la BBC emitió un documental grabado por Christopher Hitchens llamado "El Ángel del Infierno", sobre la vida de la posteriormente Santa, Teresa de Calcuta. Luego lo complementó con un libro, también de título expresivo: La posición del misionero, al que no he tenido acceso todavía y por tanto no puedo clarificar si se trata de una posición geolocalizada, una posición ideológica, o una mordiendo el polvo.

Lo digo porque, volviendo al tema del anterior post, sobre periodistas publicistas, el caso de la señora mayor santificada por la iglesia resulta paradigmático a la luz de los acontecimientos. Periódicamente continúan saliendo artículos que rumorean una cierta inclinación moral hacia la injusticia de Teresa, tal vez el último éste, en el que se destapa un supuesto estudio de investigadores universitarios canadienses acerca de sus actos. Hitchens, marxista e inglés (parece un contrasentido en estos tiempos) destapó sus trapicheos, su profundo carácter intolerante y su doble rasero: el que obligaba (los ortodoxos dirán que no obligaba; yo, que soy un heterodoxo en toda la amplitud de la palabra, os diré que hay muchas formas de obligar) a los pobres a emular a Cristo en su trayecto hacia la muerte denegando todo cuidado paliativo, mientras ella viajó a los Estados Unidos y los mejores hospitales en busca de las mejores drogas que la llevaran a una especie de nirvana. ¿Ansiedad por ver a Dios? 

Pero la cosa no queda aquí: al lado de estos, los otros trapicheos, los que hablan de grandes donativos de dinero que no se veían reflejados en el mantenimiento de sus hospitales, los que recogen inmensas sumas gracias a las grandes catástrofes (Bhopal, las sucesivas y terribles inundaciones...) a las que ella no fue capaz de destinar una sola rupia. En cualquier caso; al lado de lo anterior, todo eso queda en nada. Qué peor pesadilla que morir en mitad de unos terribles dolores, soportando una profunda agonía. Incluso creyendo en Cristo, ¿quién no sería capaz de ir a bajarlo de la cruz? ¿Quién sería tan bastardo de hacerle pasar por aquello simplemente para convertirlo en un mito? 

Y aún así, esta señora sigue siendo aceptada como un personaje digno de admiración. Y es todavía más duro aceptar que, por encima de las enseñanzas de Hitchens sobre el personaje en particular, sean el supuesto rigor, la cara cuarteada y los ojos profundos, separados como los de Pedro Ruíz, el peculiar camino de contrición y sufrimiento los que gobiernan los actos de nuestros gestores últimos, estos que, ellos sí, consideran a Teresa una santa que mostró la senda a seguir: la sanidad, una limosna, regida por instituciones que se lucran con el dolor y que conceden a cuentagotas las últimas novedades, accesibles únicamente a quien esté dispuesto a pagarlas.